Hay quien piensa que el cometido de cualquier obra artística es solo el de emocionar o transmitir algo. Un sentimiento, un mensaje, que debe ser el del autor de la propia obra, al fin y al cabo, porque es quien la crea. Pero ese mensaje no tiene que ser ni inspirador ni político. No tiene que intentar cambiar el mundo. Simplemente puede ser un pequeño guiño a una situación, o la exposición de algo que llevamos dentro. Para muchos, el arte puede quedarse solo ahí, en el disfrute y el gozo de escuchar una canción o disfrutar de una pintura. Pero para otros muchos, el arte es un arma para cambiar el sistema, es una forma muy potente para comunicar aquello que los grandes medios callan. El arte libera y supone el camino hacia lo que de verdad importa, hacia lo que no se ve de forma tan sencilla.
Cuando se habla de arte social, muchos entienden esto como una redundancia, ya que para ellos todo el arte tiene un cometido social, mayor o menor. Sin embargo, no es lo mismo ir a ver una película de superhéroes al cine, que disfrutar de una obra de teatro donde se muestre de forma clara la situación de pobreza de una familia. El artista decide dónde poner el punto de interés, cómo focalizar la importancia de la obra, según lo que vaya buscando del público. Y como en todo el arte, lo que se busca es una respuesta ante una situación en la que normalmente miramos para otro lado. Por eso el arte no debe ser conformista, no debe quedarse en lo de siempre, en mostrar algo que ya conocemos de sobra. Tiene que servir para visibilizar aquello que está oculto, aquello que se ignora, porque la sociedad a veces es así de hipócrita. El arte debe servir, por ejemplo, para mostrar la realidad de la prostitución y conseguir no solo visibilidad para las trabajadoras sexuales, sino también cercanía para acabar con los prejuicios sociales que rodean este negocio.
La prostitución, marginada por la sociedad
No es algo nuevo, ni mucho menos, esa mirada condescendiente y en muchos casos punitiva que se tiene del sexo de pago. La moral religiosa ya se hizo con el control de lo que estaba bien y lo que estaba mal, disponiendo lo que era pecado y lo que no lo era hace ya varios siglos. Su control sobre la población ha provocado que todavía tengamos esas doctrinas grabadas a fuego en la mente, incluso cuando nos hemos apartado de ese camino, sabiendo que no es el correcto. La prostitución siempre ha sido vista como algo malo y sucio, algo peyorativo que hay que evitar. Y como es imposible hacerla desaparecer, por más que se la persiga, la solución muchas veces está en mirar para otro lado.
Esto supone un trago muy amargo para las mujeres que acaban dedicándose, por una u otra razón, a este negocio. Muchas de ellas, en contra de lo que la sociedad piensa, lo hacen por su propia cuenta, y toman esa decisión siendo conscientes de todo lo que acarreará. Incluyendo también la marginación y la estigmatización por parte de una sociedad que parece tolerar su presencia siempre que sea lejos de sus miradas. Por eso la prostitución se sigue dando al margen de la ley y también al margen de la sociedad. La marginalidad es algo propio de este negocio, pero las cosas están empezando a cambiar, gracias a asociaciones de prostitutas que quieren tener los mismos derechos que cualquiera. Los que se merecen, como trabajadoras, ni más ni menos.
El arte, un aliado histórico
Como mujeres oprimidas y marginadas desde siempre, las prostitutas no han encontrado nunca un buen canal para llevar su voz y sus necesidades más allá y darlas a conocer al resto de la sociedad. Se han visto mermadas por la falta de derechos, pero han contado, por fortuna, con un aliado histórico que les ha permitido poner voz a sus reclamaciones. El arte, especialmente desde finales del siglo XIX, ha prestado atención a estas mujeres, ya que muchos artistas se han considerado también marginados sociales como ellas. Pintores, cineastas, músicos y literatos han puesto su talento y su arte al servicio de la dura realidad que estas mujeres vivían, mostrándola al resto de la sociedad. Porque seguir siendo ninguneadas ya no es una opción para estas prostitutas.
La performance de Las Palmas de Gran Canaria
Han sido muchas las acciones que se han llevado a cabo en los últimos años para visibilizar la situación tan compleja que viven todavía hoy las prostitutas. En España, concretamente en las Islas Canarias, se llevó a cabo una de las más sobresalientes, por lo emotiva que era y por lo simbólico del lugar. Se trataba del barrio de Arenales, en la zona céntrica de Las Palmas de Gran Canaria, capital del archipiélago. Allí, en un par de calles algo recónditas, se encuentran trabajando muchas prostitutas, concentradas en este lugar porque han sido expulsadas de otras zonas y plazas cercanas. El barrio no las ha visto con buenos ojos, pero eso está cambiando gracias a la performance de varias artistas locales.
La idea era que cualquier persona del barrio pudiera pintar un ojo para colocarlo en las calles, a modo de mensaje de visibilización de estas mujeres. “No estás sola”, “Te vemos”, era lo que se quería mandar con esta actividad en la que han participado tanto vecinas como vecinos del barrio. La performance fue todo un éxito y lleno Arenales de estos ojos pintados por todo tipo de personas, que tal vez hasta ese momento no habían tenido muy en cuenta lo que suponía la prostitución en su barrio. Las trabajadoras sexuales, aunadas en una asociación de defensa de sus derechos, se sintieron emocionadas al ver que el barrio se llenaba de ojos gracias a esta iniciativa. Era un pequeño paso al frente, pero uno importante para que por fin se las viera y se las respetara.
Visualizar a las prostitutas, el objetivo
En España, la prostitución está en una situación extraña, como un limbo donde no es ilegal, y por tanto, no se persigue. Al menos sobre el papel, porque muchos ayuntamientos han creado ordenanzas específicas para cavar con este negocio, al menos en ciertas zonas de la ciudad. El mensaje es claro: no queremos ver a las prostitutas en los sitios más turísticos. La idea de que estas mujeres dan “mala imagen” a la ciudad es algo bastante extendido, y por eso muchas han tenido que trabajar desde casa, ocultándose. De esa forma se pierde la visibilidad de este gremio, como si ya no existiera, como si el “problema” se hubiera solucionado por sí solo. Esto no es así, pero al menos se las aparta del ojo público, ya que hacerlas desaparecer es, como se ha comprobado mil veces, casi imposible.